La Hermana Cecilia

Hay personas que se quedan grabadas a fuego en el corazón. Son como ángeles, que una vez que aparecen, jamás dejan de estar.
Y tú, Cecilia, mi queridísima «Hermana Cecilia» eres justamente esto en mi vida. Alguien más que especial. Una ex profesora, una compañera, una amiga, una Hermana y casi, casi como mi segunda madre…

Hacía ya unos cuantos años que no hablábamos, ¿por qué? no se, esas cosas que pasan, que se deja el tiempo correr, y no te enteras, y ya son años… La última vez que estuvimos juntas fue en el 2010 en el 25 aniversario de mi promoción en el Colegio (aquí conté los detalles y algunas fotos lo atestiguan), sin embargo, la cercanía nunca se pierde, y cuando vuelves a hablar es como si hubiera sido ayer.

Es lo que tiene el corazón, que no sabe de tiempos ni de distancias.

¿Cuándo fue la primera vez que nos vimos? Yo lo recuerdo bien, por el miedo que sentía ante tu presencia… Tú de eso no te acordabas, porque yo era solo una más, pero sabía de tí desde 3º de EGB por mi amiga Berenice, que en los recreos del comedor iba a Música contigo y nos contaba cosas de tu geniacho que asustaban al más pintado, así que cuando te encontrábamos por algún pasillo, nos echábamos a temblar… ¡¡¡o a correr en dirección contraria!!!!.
No te tuve como profesora hasta 6º de EGB y ahí llegaron las primeras certezas de que eras una profe dura, sobre todo porque lo mío con el Solfeo era un amor imposible, era mala de narices, y me llevé algún que otro golpetazo en la mano con el piano cuando no era capaz de acompasar bien esas notas, puntos y garabatos entre rayas que se llamaba pentagrama, y que tanto me costaban descifrar y tú te enfadabas como una endemoniada 😉

la Hermana Cecilia y Hellen

Cecilia y yo en el 2010 en el 25 aniversario de nuestra promocion

En cambio, nuestra relación dio un giro radical cuando nos conocimos «de verdad». Cuando la Hermana Cecilia descubrió que la «mala y traviesa» alumna Helena tenia también algo de buen fondo, y cuando la Helena del cole, se enteró que los profes en las clases son de una forma, pero cuando se ponen el pantalón de montaña, se transforman en gente maravillosa con la que da gusto pasar los fines de semana de «marcha». Y no, las «marchas» no era salir de copas, con 11-13 años aún era pronto para eso; Eran las salidas de fin de semana que organizaban en el cole la Hermana Cecilia y la Hermana Justina, y para mi fueron lo mejor, sin duda alguna, de mi experiencia colegial (que es realmente buena y querida).

Respirar la sierra madrileña (generalmente en casa de los Rueda en Becerril de la Sierra), dormir en el suelo en sacos, apretujadas unas con otras, andar durante el día hasta agotarnos, comer al aire libre lo de todas entre risas y juergas, vivir la experiencia de una Eucaristía en plena Naturaleza con Chuspi, el cura más «poco cura» que podíamos pensar y que nos encandilaba a todas y siempre venía con nosotras (esas son las únicas Misas que he encontrado siempre con sentimiento de verdad, donde las formas, los protocolos, las rutinas… no existían), pasar la velada nocturna alrededor del fuego compartiendo y hablando de esas cosas que nos llegaban a lo más hondo… Para mi es lo más bonito de mi infancia, nunca lo he dudado, y con el paso de las décadas (¡Dios mío… ¡¡décadas!!!) sigo pensando lo mismo y emocionándome al recordarlas… Fui de alumna a todas las que pude (con las broncas consiguientes de mi familia, porque los sábados iba a una Escuela de Pintura que debía costar un dineral, y evidentemente me perdía las clases…) y luego como «monitora». Vamos que me pegué desde los 11 hasta los 17 años vibrando por esos fines de semana que para mí eran lo más importante, divertido y necesario de mi vida.

Cecilia y mi madre, se hicieron grandes amigas. Supongo que tener una hija un tanto trasto estrechó los lazos con mi tutora (Cecilia), protectora y defensora ante mis múltiples «enemigos»: esas profesoras con las que me peleaba a rabiar con toda mi falta de delicadeza y que me hacía estar más tiempo fuera de clase o en el despacho de la directora que dentro. El caso que que tantos años de trato por unas cosas y otras les llevó a encontrar una conexión más allá del punto en común de la hija/alumna y había mcho feeling entre ellas.

Lo que mi madre quería a Cecilia, creo que no lo sabe nadie…
Lo que Cecilia quería a mi madre, si que lo sabemos muchos.
Y aunque pasaron los años de colegio, esa amistad siguió durando y perdurando. A veces íbamos las 3 por ahí, a comer, a charlar, a pasear con Kiva por algún parque (Cecilia adora los animales, no podía ser de otra forma), y recuerdo muchas de esas veces como se peleaban, ya fuera porque mi madre gastaba en caprichos en el Corte Inglés y Cecilia le echaba la reprimenda, o porque íbamos a restaurantes raros (Chinos, japoneses…) y Cecilia decía que todo sabía igual y que eran guarradas, que nada como la comida casera, o por lo que fuera. Evidentemente no eran discusiones, eran simplemente situaciones que a mi me encantaban, porque se notaba un cariño y una complicidad entre ambas que me parecía maravillosa.
De hecho, siempre he pensado que aunque ninguna me lo ha dicho, ellas dos quedaban a su aire y se pegaban sus buenas conversaciones, sin tener yo nada que ver, ni pintar nada. He visto e intuido que Cecilia sabía demasiadas cosas de mi madre, de mi padre, de nuestra familia y que sólo podía venir de un lugar… ¡¡ay, Sita, mira que has sido siempre bien misteriosa con tus cosas!!!

Cecilia ha sido mucho más que una profesora; tenemos historietas y anécdotas de lo más disparatadas y me come la nostalgia el recordar cómo hemos cantado juntas hasta reventar, tratando de seguir yo como podía su vigorosísimo ritmo musical, a golpes de acordes de mi guitarra…
Aunque eso sería otro capítulo a contar, lo cierto es que por circunstancias de la vida, hemos vivido y compartido mucho juntas, con tremenda intensidad.  Durante 7 años de mi vida, en una etapa muy importante de la misma, ha estado siempre a mi lado de forma especial. Ha sido una HERMANA con mayúsculas, un bastón de apoyo, una palmadita de ánimo, un paño de lágrimas, una mirada atenta, quien escuchaba todo, alegrías, chascos, frustraciones, logros o simplemente pensamientos; una compañera inmejorable, un modelo a seguir, unos valores a imitar… Y a quien era imposible dejar de querer con todas mis ganas.

Como digo, de esos ángeles que una vez que llegan, siempre se quedan cubriéndote con tus alas; cuando llega el frío sientes cómo te calientan, y cuando el sol aprieta, cómo te ventilan.

Hace unos días, poniendo al día este blog, vi las fotos del encuentro en Madrid. Y me entró morriña… «tengo que llamarla un día de estos». Como ocurre con las monjas, no se ni donde estará, cambian tanto… la última vez estaba en Almonte, pero ¡a saber!. Y justo hace 3 días me encuentro un correo suyo de esos que se mandan a a mucho con un adjunto… ¡¡Pero si hacía muchísimo que no sabía nada de ella!! ¡¡Las conexiones funcionan!! Así que le contesté pidiéndole el teléfono, me respondió con con cuatro líneas que me hicieron llorar, no por que dijeran nada en especial, sino porque me emocioné, sin más, y hoy nos hemos pasado un buen ratito hablando por teléfono.

Se me ha puesto contento el corazón. Tengo muchas ganas de verla y darnos un abrazote, así que en enero me daré un paseíto a Albacete, porque no puedo aguantar más. Hemos hablado de mi madre (ay, mami, siempre presente), del colegio, de nosotras, de muchas cosas. Me ha encantado escuchar su voz como siempre, serena, firme, potente… ¡¡Mi Ceci!!

Soy una sensiblona y lo se… una melancólica, una nostálgica… Pero así soy yo. Tengo presente esta gente que forma parte de mi vida, de mi historia, que han hecho que yo sea lo que soy (para lo bueno, que para lo malo ya me he valido solita), que me sienta agradecida por conocerlas, por quererlas… Las personas no somos nada solas, todos estamos formados por la unión de muchas cosas, y para mí Cecilia es mucho de Hellen.

En fin, que me he puesto tontona.

Cecilia, esto va por tí.
¡¡Te quiero un montonazo!!
(Y esta foto con tu Sita, te va a encantar)

Mamá, Nardo y Cecilia, mi y su querida Cecilia.

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