Hoy también he comido fuera, rápido y barato… sin embargo la cuenta ha sido más del doble de lo pensado, pero esta vez no era cuestión del lugar en sí.
Estamos tan felices con nuestro cubilete de pollo frito «campero» y las patatas fritas (toma colesterol), cuando se pone al lado un chaval rubio pero con unas pintas infames, una cara de colgado que a saber qué se ha metido y tan mugriento que el rubio había que adivinarlo…
No dice nada, pero mira, y eso incomoda.
La primera reacción, ya sabéis: mano a los bolsillos, móviles guardados, bolsos protegidos, mirada rápida para que no quede nada «fácil» de llevarse y salir corriendo…
Sigue ahí, sin decir mucho; su colega, mismas pintas pero en tipo morito, detrás.
Ya sabéis, te sientes un poco tenso con estas cosas. Dicen un «señoras…» pero nada más, en voz bajita. Intentamos ignorarles, pero no es fácil. Yo digo, no voy a darles nada, y nos extraña que no haya nadie para sacarles.
Siguen ahí… y esto que va Saby de pronto, y les dice ¿queréis un poco? y les da un cacho de pollo, el más gordo. Lo pillan con ganas, lo comparten y se lo comen. Les damos una bolsa de patatas… lo mismo.
Nos miramos y comentamos. No están pidiendo dinero, de hecho, no están pidiendo nada… pero parece que hambre sí tienen.
Una cosa es una cosa, y otra es HAMBRE… y por ahí no pasamos, no??
Me levanto y les digo, ¿queréis comer?? ¡Si! me dicen. Pues ale, venid conmigo a pedir algo. Me dicen de camino ¿un bocadillo para los dos?. Intento hablar con ellos algo, pero no dicen mucho… el rubio es que no puede ni hablar, se le debe atorar la lengua… El otro sonríe.
Saben lo que quieren, lo tienen claro, el bocata piticlin que está «riquísimo» me dicen con ojos brillantes. Vale, pues ponga 2 de esos, por favor… ¿Bocadillo sólo o menú completo? me pregunta el que atiende… Les miro, ¿menú completo, con bebida y patatas?? Me dicen que si con una sonrisa… ¡Qué voy a hacer! Pues 2 menús, claro… «Las patatas bravas» piden por favor. Ya os digo que saben lo que quieren, el más caro, por cierto, serán j*** 😉
Pago y les dejo mientras se lo preparan. «Gracias, señora, gracias, gracias» De nada chicos, que aproveche… ¡¡….Señora, grrrrr!! si es que ya no paso por joven, mecachis-en-diez pienso mientras vuelvo con el corazón entre encogido por la situación y agradecido de sentirme «buena».
Se nos sientan detrás, donde estaban antes, y comen con verdaderas ganas. Tienen otros 3 colegas fuera, más críos, que andaban merodeando, entran también, y todos le dan a los menús… había un señor ya mayor, unos 50 en una esquina del local, también de los que se nota que viven en la calle, que no había alentado, se acerca a ellos, y… todos comen de la misma bandeja.
Terminan, y se van, volviendo a decir, «gracias, señoras, gracias, gracias». Al salir, ya en la calle, nos los encontramos de nuevo, vuelven a sonreirnos y decir «gracias»….
Nos llenamos de agradecimiento, sí, pero también de cierta angustia… HAMBRE…. Eso suena mucho más duro, no???
Quizás están en la puerta de este Pans & Company porque les guste más que un bar de barrio, o Cáritas, o incluso que la comida de su casa (esto lo dudo mucho, la verdad, aunque preferiría pensar que me han engañado que la verdad…); está claro que lo conocen bien y saben lo que les gusta, si cae, pues mejor. Quizá saquen mucho más cada día con gente así, porque dar dinero nos cuesta, pero pagar comida, pues nos sale sin pensar, quizá… tantas cosas.
Pero también sé que comían con hambre y estaban agradecidos.
Que no se veían chavales que se hubieran escapado del instituto, sino chicos de la calle.
Que el rubio estaba colgadísimo a saber de qué, y tan solo después del bocata ya tenía mejor cara.
Y que estas cosas te tocan dentro…
Creo que estamos mal, muy mal…
Siempre he visto «pobres», desde que soy niña, pero no «estos pobres»… 🙁